Bailar está bien.
Los hombres en general no bailan. Puede que muevan un poco las piernas y de vez en cuando algún movimiento de cadera pero bailar, lo que se dice bailar, no bailan.
Los hombres de bien no queremos bailar, no creemos necesitarlo. Si fuera necesario, imprescindible, una cuestión de vida o muerte, sólo bailaría aquellas disciplinas que tienen como objetivo seducir a las mujeres. Esos bailes que no dejan pasar el aire, esos en los que casi sin querer los besos se suceden, esos bailes que uno siempre recuerda.
Tango, salsa, vals y otros tantos que no sé ni cómo se llaman…
Eso sí, o me lo aprendo como la palma de mi mano y me sale perfecto o aquí no baila nadie.
De momento no me he planteado apuntarme a una escuela de baile. Creo que es una de las cosas que me gustaría aprender. Al final, para bien o para mal, lo más parecido a un baile por mi parte es un contoneo descoordinado y algún saltito fuera lugar. En casa, sin atisbo de pudor ni vergüenza, a veces un poco de perreo siempre sienta bien, pero esto no se lo digan a nadie. Si me veis hacer algo más que eso, algo más que dos pasos, uno pa´ alante y otro pa´ atrás, ése no soy yo. Si, casualidades de la vida, me vierais bailar bien, revisad vuestro dietario de estupefacientes, se os ha colado una.
Por otro lado y como en todo, uno sólo bailaría, libre y sin vergüenza, si tiene la seguridad de que le ayudará a sumar puntos con las mujeres o si, al menos, no los resta, un incentivo que desaparece cuando uno se compromete. Bailar para divertirse es muy fácil, basta con dejarse llevar. Unos parecen patinar sobre hielo, otros parecen querer romperlo.
Con todo, bailar me parece divertido…
Cuando un hombre baila bien me impresiona, soy de los que se queda mirando envidioso al macarra de turno cuya madre –profesora de baile, obvio– le ha enseñado todos los trucos para triunfar en las pistas. El chico combina la salsa y el capoeira con música electrónica. Pasa de arrastrarse por los suelos a arrimarse con una morena que pasaba por allí. La gente alucina, las chicas se acercan y ahí me quedo yo, mirando, como si fuera tonto, hasta que el colega bailarín deja el espectáculo para meterle la lengua hasta el estómago a una rubia pechugona que llevaba cinco minutos intentando violarle allí mismo.
Otro clásico es el que la parte con el reggaeton. Ese que baila mejor que las chicas que mejor bailan, ese que acaba en un corrillo con alguna pobre inocente que sólo quería arrimarse un poco. Se conoce perfectamente todas las canciones que, en su opinión, son bailables y es el mismo que dice que Pitbull y Daddy Yanke son dos pringaos comerciales y que empieza a darte nombres y apodos de decenas de cantantes de reggaeton de los que jamás has oído hablar. Se sabe incluso las coletillas, las partes “rapeadas”, hasta esas frases que suelen poner como fondo cuando suena la melodía, esas que dicen “desde Colombia” o “síííí mami”, hasta eso. Generalmente no suelen pillar pero se lo pasan mejor que nadie.
Un hombre que baila mal es mucho –muchísimo– peor que un hombre que no baila, créeme. El que baila mal es desagradable a la vista, es el mayor espanta-mujeres que existe, “que va, ése no es mi colega, es amigo de un amigo y lleva el pedo de su vida. Suda de él”. Es tan chungo que lo mejor es girarse y tomar otra perspectiva en la que sus aleatorios movimientos de cuello, brazos, piernas y cintura no destaquen tanto sobre el resto del paisaje.
Además, el que baila realmente mal, el que parece que incluso lo hace a propósito, ese, ese siempre creerá que baila de puta madre. Como Antonio Banderas en La Máscara del Zorro.
Los hombres de bien no bailamos, no sabemos bailar ni queremos aprender, no supone ninguna utilidad. El hombre de bien seduce sobrio, seco y sin gritar, algo imposible para un discotequero bailarín. El Gana de cerca, en la intimidad de las luces bajas y sólo busca la admiración por su persona, por su compañía y nunca, jamás, por su forma de bailar. El Hombre, si ella quiere admirar el baile, compra entradas para el ballet y aprende lo básico para poder defenderse, e incluso sorprender, si hubiera que hablar del espectáculo.
Los hombres que bailan pueden ser tíos cojonudos, los tíos que bailan a un nivel TOP seguro que lo son. Los hombres que bailan realmente mal son tontos o están muy, muy borrachos, pudiendo no bailar prefieren restar. Los hombres que no bailamos somos, queridas amigas, un misterio. Puede que bailemos pero no esa mierda, puede que no sepamos hacerlo y que lo aprendiéramos por vosotras o puede que nunca intentemos seguir un ritmo con los pies pero entre nosotros, entre los hombres que no bailan, encontraréis a los hombres de vuestras vidas salvo que, claro está, seáis bailarinas. Supongo que por eso los hombres de bien no van a discotecas.
No nos busquéis en los mismos sitios…